Víctor García

DIOS ME HA PUESTO PRUEBAS DURAS DESDE EL MISMO DÍA EN QUE NACÍ…

A las 9:00 de la mañana del 12 de noviembre de 1948, fue el momento en que Dios, el Divino Creador de la vida, dispuso para que este servidor llegara a este mundo, por medio de una mujer campesina pobre, humilde, valiente y obediente a los designios de la existencia; tanto, que en el preciso instante de mi nacimiento, debido a la extrema pobreza de mis padres, la cama en que tenía que nacer no sólo estaba vieja sino que también podrida, y en esas condiciones no era el lugar más apropiado para un alumbramiento y menos para resistir la agitada actividad de parto de mi madre.

De manera que el tiempo y las circunstancias no dieron para más que acostar a aquella sufriente mujer en el suelo de tierra duro, sucio y húmedo, y ese fue el escenario donde me tocó nacer y dar mi primer llanto. Por eso digo que Dios me ha puesto pruebas duras desde el mismo día en que nací…

Se dice que: “La pobreza es la fuente de las necesidades y en consecuencia la fábrica de las adversidades humanas”… Y eso me tocó que verlo desde mi temprana edad. Tengo algunos recuerdos de mi niñez, como por ejemplo: La figura de mi sacrificado padre descalzo, soportando el rigor del ardiente suelo y de los lodosos caminos. O cuando un día, a mis 7 años esperaba ilusionado que mi papá me comprara los útiles para empezar a asistir a la escuela; pero en cambio, en lugar de cuadernos me compraron un machete para trabajar en una finca… Y es que aunque mis padres querían un mejor destino para mí y mis hermanos, eso lo sé; la pobreza campesina en nuestro país sigue siendo tan grande que todavía mata las ilusiones de superación de mucha gente del campo.

Cuando tuve 9 años de edad, me buscaron para que prestara mis servicios como sacristán en la iglesia del pueblo, y no porque fuera un niño que tuviera cualidades o características de prodigiosa santidad, sino porque mis padres sabían que esa era una forma en que yo podía comer los tres tiempos. Pienso que si de ellos hubiera dependido, hasta mis otros hermanos también hubieran terminado siendo monaguillos, para que todos tuviéramos la suerte de alimentarnos con cotidiana regularidad y no aguantáramos hambre como era nuestra frecuente adversidad.

A los 12 años, abandoné aquella iglesia porque mi padre enfermó severamente y me dediqué a trabajar para ayudar a cubrir económicamente las muchas necesidades de mi pobre rancho familiar. Y Cuando llegaron los 13, otra dura prueba me cambio la dirección de mi vida, la muerte de mi papá; acontecimiento que me heredó la total responsabilidad de hacerme cargo de aquel hogar.

Llegó el tiempo de enamorarme y aquella novia me escribía cartas de amor que yo no podía leer debido a mi analfabetismo, por lo que tenía que buscar siempre quien me las leyera, y eso era una situación incomoda, porque no quería que los demás se dieran cuenta de mis asuntos amorosos. Ese fue el motivo para que a mis 18 años decidiera estudiar para aprender a leer, escribir y saber.

A mis 26 años di un gran paso en mi vida, decidí formar mi hogar y en el que procreé dos hijos; suficientes motivos para que tomara la decisión de abandonar la finca que me vio crecer y buscar mi porvenir en la capital, San Salvador.

Para ese tiempo, ya no era analfabeta, sin embargo seguía siendo un gran ignorante porque me había hecho borracho, marihuanero y andaba perdido en la desgracia en este mundo, con todas las consecuencias familiares que esto representa.

En 1979, conocí las cosas del Señor, lo que me permitió empezar a hacer cambios en mi existencia; sin embargo no me libró de las duras pruebas, porque el 2 de febrero de 1990, un vehículo me quebró la columna. Pasé 15 días en coma y desperté en una cama del Seguro Social con los rastros de una operación grande en mi cuerpo y con la sensación de no sentir mis extremidades inferiores. Esto me obligó a pedir muletas para poder movilizarme, pero siempre me las negaban, ya que el doctor me dijo que no estaba autorizado para bajarme de la cama porque mis pies no resistían y en el mismo momento me dijo que me habían hecho los análisis correspondientes y que los mismos indicaban que ya no caminaría más. Para alentarme me dijo que no me afligiera, porque ya estaban listos los documentos de mi pensión por invalidez.

Nueve meses después del accidente, me hicieron la última radiografía, y el especialista al verla quedó asustado al percatarse que ningún hueso había sido quebrado y que sólo la pelvis me quedaba abierta unos 10 centímetros, y el 30 de noviembre me dieron el alta. Hasta ese momento me dieron las muletas que había pedido durante todo el año, y apoyado en ellas salí caminando de aquél hospital. Lo  gracioso de esta situación es que a los 24 días después de haber salido del hospital, regresé al lugar, muletas al hombro a devolverlas porque ya no las necesitaría más. Dios que me había hecho el milagro de recuperar mi capacidad de andar y movilizarme sin la necesidad de muletas y menos de silla de ruedas. Otra dura prueba superada, gracias su divina misericordia.

Un día recién salido del Hospital, encuentro a mis dos hijos llorando en la acera de nuestra casa. Su madre nos había abandonado por irse con otro hombre. Les dije a mis hijos que la vida no se terminaba por eso, y creyendo de nuevo en la misericordia de Dios, les expresé que seguiríamos adelante juntos. Hoy en día, aquel niño que me quedó de 8 años es un Ingeniero Civil, y mi niña que me quedó de 10 años, presta servicios como profesora en Educación. Otra prueba superada para Gloria y honra de Dios.

A raíz del accidente, me quedó un pié 2 y media pulgadas más largo que el otro y conviví con este defecto por varios años, hasta que, el 19 de enero del 2011 a eso de las 6 de la tarde me encontraba en una iglesia, donde el predicador a quien no conocía, dijo durante su predicación que en ese lugar había un hombre con un pié más largo que el otro, y por un resorteo inexplicable, me levanté y caminé a la plataforma. Aquél hombre me señaló y me dijo: “Tú eres el hombre que Dios me indica. Hoy el Señor va hacer un milagro. Y en ese momento comenzó a clamar al Dios verdadero por aquel defecto físico mío. Mientras lo hacía, una especie de “cosquilleo raro” empezó a recorrer mi extremidad, y ésta comenzó a avanzar de manera sobre natural que casi me desmayo al ver como crecía aquel pié, y lo más extraordinario ante muchos testigos oculares.

La más reciente prueba del amor de Dios sobre mi existencia la empecé a vivir el 26 de julio de este año 2014. La misma comenzó con un agudo dolor en el lado derecho de mi abdomen. Dolor que el siguiente día me había postrado en cama y sumido en un estado de coma en el que estuve durante 14 días, debido a una fuerte peritonitis dado que me estalló el apéndice. Luego se degeneró en una septicemia cuyas sustancias ácidas me quemaron los pulmones, me afectaron la vista, y ocasionó daños hasta en el cerebro según me dijeron los médicos. Para un hombre de 66 años como Yo, frente a una emergencia de salud tan grave como la que he experimentado es difícil de sobrevivir, Según los médicos mi vida estuvo en un hilo; pero Dios una vez más me levantó de otra dura prueba. Y esta experiencia me sirve para compartir mi testimonio con ustedes que hoy leen esta revista. Y especialmente para aquellos que aún no creen que Dios hace grandes milagros. Dios me ha puesto pruebas duras a lo largo de mi vida, pero ahora entiendo que lo ha hecho para demostrarme su amor, misericordia y bondad.

Pertenezco a la FIHNEC desde hace varios años y formo parte del Comité de Convenciones, un precioso privilegio que nuestro divino Creador me ha concedido para que yo cumpla el gran propósito de servir a los demás y a la construcción de su Reino.

Hoy digo: Dios para ti sea la gloria, la honra y el honor.